El lugar de los malos en la política

Si la primera víctima de la guerra es la verdad, la segunda es la complejidad, añade el investigador sueco y activista por la paz Jan Oberg en una entrevista donde analiza los recientes acontecimientos en Europa y Gaza.

Artículos y Opinión05 de julio de 2024 Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño SarcinelliFoto: Los Tiempos

De hecho, la simplificación con la que se tragan las noticias quienes las siguen con la boca abierta es: “Putin malo, Hamas malos, nosotros buenos” y de ahí se desprende una retahíla de “verdades” que son esgrimidas como incontestables.

Pero no quiero aquí defender a Putin ni como sujeto privado ni como estadista, ni volver a la discusión del origen de la guerra de Ucrania, sino reflexionar sobre una vieja cuestión que vuelve a ser actual a raíz de esos acontecimientos, pero que es de trascendencia más amplia: la relación entre ética y política. Para ello uso como inspiración y fuente un ensayo de Norberto Bobbio incluido en su libro Elogio de la templanza.

La cuestión de la moral pública es tan antigua como Aristóteles, si no más, pero es con Maquiavelo y el nacimiento del Estado moderno que adquiere su complejidad actual alrededor de la cuestión de si se deben aplicar al hombre o mujer públicos los mismos criterios que usamos para juzgar a alguien en el ámbito personal.

Para Aristóteles, son buenas las formas en que el gobernante ejerce el poder buscando el bien común y malas si busca el propio bien. Es Maquiavelo quien introduce la razón de Estado con la que se justifican ciertas acciones que serían condenadas en lo privado. El fin, es decir el bien colectivo, justifica los medios que se utilicen para alcanzarlo. Esta y otras frases, generalmente mal comprendidas, le han ganado al florentino la injusta mala fama con la que ha pasado a la posteridad. Usamos maquiavélico como sinónimo de diabólico.

Celebrado por Hegel, Marx, Montesquieu, Gramsci y Spinoza, Maquiavelo no solo era un patriota, cuya verdadera preocupación no era el carácter del príncipe, sino su papel en lograr la unidad de su patria. Para ello, adopta el punto de vista del pueblo. Así al menos lo lee Althusser. Estas consideraciones deberían bastar para hacer de él un héroe de los idealistas.

Abordando el problema general, Bobbio defiende en su ensayo la posibilidad de que haya éticas distintas para ámbitos distintos. Antígona se debía a la memoria de su hermano; Creonte, al Estado. No había mejor derecho ni conciliación posible. Esto no quiere decir que haya éticas más o menos laxas, sino específicas. Los médicos enfrentan dilemas morales propios de su profesión, pero creo que estamos más dispuestos a reconocerles su excepcionalidad que a los gobernantes.

Al respecto, para seguir con los italianos, Croce dice que “Otra manifestación de la vulgar falta de inteligencia acerca de las cosas de la política es la petulante exigencia que se hace de la honestidad en la vida política” para aclarar que “la única honestidad política que importa es la capacidad política”, y con esto no está sugiriendo una licencia de corrupción, sino que un político puede, por ejemplo, fingir o mentir para proteger secretos de la patria, matar para defenderla, etc.

Los gobernantes no son los únicos que justifican las muertes que causan cuando es por una causa que consideran más elevada que las vidas que cobran. Un ejemplo son las Iglesias, incluso la nuestra, que no han vacilado en causar la muerte de miles de infieles que se les oponían con ideas sacrílegas. No se tiene evidencia de ningún Papa que haya ido al infierno por ello (o al purgatorio por sus pecadillos).

Así como la maldad puede justificarse en un político cuando hay una razón de Estado, la bondad desatinada puede costar daños nacionales y muchas vidas. Un buen ejemplo es Chamberlain quien, con su pasiva ingenuidad pacifista, envalentonó a Hitler y le dio más tiempo para seguirse armando, lo que hizo después más difícil la victoria y aumentó el número de muertos de la Segunda Guerra.

Mientras que, en el lado opuesto de la moral pública, el denostado Stalin, después de haber provocado la muerte de millones, emerge como el líder que salva a Rusia de la devastación alemana y hace posible la derrota del nazismo. Churchill, quien, de mirarse al espejo, sabía que no son ángeles lo que gobiernan, reconoció en Stalin un astuto e inflexible defensor de los intereses de su país.

En similar línea, tenemos aquí expresidentes que tienen la imagen de buenas personas, pero han sido malos gobernantes. A pesar de esto, no faltan quienes todavía votarían por ellos; lo que muestra la falta de criterio de sectores de la ciudadanía que confunden gobernante bueno con buen gobernante. Quienes ignoran la máxima de Maquiavelo de que un príncipe debe ser más temido que amado, terminan eligiendo a buenones incapaces. Ya lo decía el sabio Sun Tzu en su Arte de la guerra: “Si un general es afectuoso, pero no sabe mandar, sus hombres serán como niños inútiles”.

En su clásico libro sobre liderazgo, el profesor de Harvard Ronald Heifetz adopta una posición distinta y argumenta que un verdadero líder no solo lidera en el sentido usual, sino que lidera hacia el bien, “eleva moralmente a sus seguidores”; en una concepción de liderazgo con la que Maquiavelo difícilmente estaría de acuerdo. Sobre esto hay mucha tela que cortar, pero la dejo a las tijeras de los lectores.

Volviendo a nuestro punto de partida, en los dos grandes conflictos a los que estamos asistiendo, no se han escatimado calificativos para sus principales actores, Putin y Netanyahu, ambos con mochilas morales muy pesadas antes del inicio de los respectivos conflictos.

Estas reflexiones no buscan motivar la absolución de ninguno de los dos, sino la necesidad de separar esos prontuarios de los antecedentes históricos y las razones y costos colectivos de sus respectivas actuaciones. Esto no simplifica las cuestiones, pero al menos las devuelve al terreno donde corresponde analizarlas: el de la ética de las razones de Estado.

Desde este punto de vista, aunque es innegable que las acciones de ambos están contaminadas por el interés personal del poder y ambos alegan estar actuando por el bien último de sus países, es todavía difícil decir qué impacto tendrán esas acciones en el largo plazo. Quien viva verá.

Originalmente publicado en Brújula Digital.

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